Podobne
- Strona startowa
- Gabriel Richard A. Scypion Afrykański Starszy największy wódz starożytnego Rzymu
- Gabriel Richard Scypion Afrykański Starszy. Największy wódz starożytnego Rzymu
- Gabriel R.A. Scypion Afrykański Starszy. Największy wódz starożytnego Rzymu
- Scypion Afrykański Starszy. Największy wódz starożytnego Rzymu Gabriel R.A
- B Gabriel R.A. Scypion Afrykański Starszy. Największy wódz starożytnego Rzymu
- Chandler Raymond Zegnaj Laleczko
- Watson Ian Lowca Smierci
- Henryk Sienkiewicz Potop tom 3
- Oramus Marek Senni zwyciezcy
- Nadchodzi Ostatni Dyktator Swia
- zanotowane.pl
- doc.pisz.pl
- pdf.pisz.pl
- wiolkaszka.htw.pl
Cytat
Do celu tam się wysiada. Lec Stanisław Jerzy (pierw. de Tusch-Letz, 1909-1966)
A bogowie grają w kości i nie pytają wcale czy chcesz przyłączyć się do gry (. . . ) Bogowie kpią sobie z twojego poukładanego życia (. . . ) nie przejmują się zbytnio ani naszymi planami na przyszłość ani oczekiwaniami. Gdzieś we wszechświecie rzucają kości i przypadkiem wypada twoja kolej. I odtąd zwyciężyć lub przegrać - to tylko kwestia szczęścia. Borys Pasternak
Idąc po kurzych jajach nie podskakuj. Przysłowie szkockie
I Herkules nie poradzi przeciwko wielu.
Dialog półinteligentów równa się monologowi ćwierćinteligenta. Stanisław Jerzy Lec (pierw. de Tusch - Letz, 1909-1966)
[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Se la entregó a la empleada delcorreo, que iba los viernes en la tarde a bordar con ella para llevarse las cartas, y sequedó convencida de que aquel desahogo terminal seria el último de su agonía.Pero nohubo respuesta.A partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía, ni a quiénle escribía a ciencia cierta, pero siguió escribiendo sin cuartel durante diecisiete años.Un medio día de agosto, mientras bordaba con sus amigas, sintió que alguien llegabaa la puerta.No tuvo que mirar para saber quién era.«Estaba gordo y se le empezaba acaer el pelo, y ya necesitaba espejuelos para ver de cerca -me dijo-.¡Pero era él, carajo,era él!» Se asustó, porque sabía que él la estaba viendo tan disminuida como ella loestaba viendo a él, y no creía que tuviera dentro tanto amor como ella para soportarlo.Tenía la camisa empapada de sudor, como lo había visto la primera vez en la feria, yllevaba la misma correa y las mismas alforjas de cuero descosido con adornos de plata.Bayardo SanRomán dio un paso adelante, sin ocuparse de las otras bordadoras atónitas, y puso lasalforjas en la máquina de coser.-Bueno -dijo-, aquí estoy.Llevaba la maleta de la ropa para quedarse, y otra maleta igual con casi dos milcartas que ella le había escrito.Estaban ordenadas por sus fechas, en paquetes cosidoscon cintas de colores, y todas sin abrir.40Crónica de una muerte anunciadaGabriel García MárquezDurante años no pudimos hablar de otra cosa.Nuestra conducta diaria, dominadahasta entonces por tantos hábitos lineales, había empezado a girar de golpe en torno deuna misma ansiedad común.Nos sorprendían los gallos del amanecer tratando deordenar las numerosas casualidades encadenadas que habían hecho posible el absurdo,y era evidente que no lo hacíamos por un anhelo de esclarecer misterios, sino porqueninguno de nosotros podía seguir viviendo sin saber con exactitud cuál era el sitio y lamisión que le había asignado la fatalidad.Muchos se quedaron sin saberlo.Cristo Bedoya, que llegó a ser un cirujano notable,no pudo explicarse nunca por qué cedió al impulso de esperar dos horas donde susabuelos hasta que llegara el obispo, en vez de irse a descansar en la casa de sus padres,que lo estuvieron esperando hasta el amanecer para alertarlo.Pero la mayoría dequienes pudieron hacer algo por impedir el crimen y sin embargo no lo hicieron, seconsolaron con el pretexto de que los asuntos de honor son estancos sagrados a loscuales sólo tienen acceso los dueños del drama.«La honra es el amor», le oía decir a mimadre.Hortensia Baute, cuya única participación fue haber visto ensangrentados doscuchillos que todavía no lo estaban, se sintió tan afectada por la alucinación que cayó enuna crisis de penitencia, y un día no pudo soportarla más y se echó desnuda a las calles.Flora Miguel, la novia de Santiago Nasar, se fugó por despecho con un teniente defronteras que la prostituyó entre los caucheros de Vichada.Aura Villeros, la comadronaque había ayudado a nacer a tres generaciones, sufrió un espasmo de la vejiga cuandoconoció la noticia, y hasta el día de su muerte necesitó una sonda para orinar.DonRogelio de la Flor, el buen marido de Clotilde Armenta, que era un prodigio de vitalidad alos 86 años, se levantó por última vez para ver cómo desguazaban a Santiago Nasarcontra la puerta cerrada de su propia casa, y no sobrevivió a la conmoción.PlácidaLinero había cerrado esa puerta en el último instante, pero se liberó a tiempo de laculpa.«La cerré porque Divina Flor me juró que había visto entrar a mi hijo -me contó-,y no era cierto.» Por el contrario, nunca se perdonó el haber confundido el auguriomagnífico de los árboles con el infausto de los pájaros, y sucumbió a la perniciosacostumbre de su tiempo de masticar semillas de cardamina.Doce días después del crimen, el instructor del sumario se encontró con un pueblo encarne viva.En la sórdida oficina de tablas del Palacio Municipal, bebiendo café de ollacon ron de caña contra los espejismos del calor, tuvo que pedir tropas de refuerzo paraencauzar a la muchedumbre que se precipitaba a declarar sin ser llamada, ansiosa deexhibir su propia importancia en el drama.Acababa de graduarse, y llevaba todavía elvestido de paño negro de la Escuela de Leyes, y el anillo de oro con el emblema de supromoción, y las ínfulas y el lirismo del primíparo feliz.Pero nunca supe su nombre.Todo lo que sabemos de su carácter es aprendido en el sumario, que numerosaspersonas me ayudaron a buscar veinte años después del crimen en el Palacio de justiciade Riohacha.No existía clasificación alguna en los archivos, y más de un siglo deexpedientes estaban amontonados en el suelo del decrépito edificio colonial que fuerapor dos días el cuartel general de Francis Drake.La planta baja se inundaba con el marde leva, y los volúmenes descosidos flotaban en las oficinas desiertas.Yo mismo explorémuchas veces con las aguas hasta los tobillos aquel estanque de causas perdidas, y sólo41Crónica de una muerte anunciadaGabriel García Márquezuna casualidad me permitió rescatar al cabo de cinco años de búsqueda unos 322pliegos salteados de los más de 500 que debió de tener el sumario.El nombre del juez no apareció en ninguno, pero es evidente que era un hombreabrasado por la fiebre de la literatura.Sin duda había leído a los clásicos españoles, yalgunos latinos, y conocía muy bien a Nietzsche, que era el autor de moda entre losmagistrados de su tiempo.Las notas marginales, y no sólo por el color de la tinta,parecían escritas con sangre.Estaba tan perplejo con el enigma que le había tocado ensuerte, que muchas veces incurrió en distracciones líricas contrarias al rigor de suciencia.Sobre todo, nunca le pareció legítimo que la vida se sirviera de tantascasualidades prohibidas a la literatura, para que se cumpliera sin tropiezos una muertetan anunciada.Sin embargo, lo que más le había alarmado al final de su diligencia excesiva fue nohaber encontrado un solo indicio, ni siquiera el menos verosímil, de que Santiago Nasarhubiera sido en realidad el causante del agravio.Las amigas de Ángela Vicario quehabían sido sus cómplices en el engaño siguieron contando durante mucho tiempo queella las había hecho partícipes de su secreto desde antes de la boda, pero no les habíarevelado ningún nombre.En el sumario declararon: «Nos dijo el milagro pero no elsanto».Ángela Vicario, por su parte, se mantuvo en su sitio.Cuando el juez instructor lepreguntó con su estilo lateral si sabía quién era el difunto Santiago Nasar, ella lecontestó impasible:-Fue mi autor.Así consta en el sumario, pero sin ninguna otra precisión de modo ni de lugar.Durante el juicio, que sólo duró tres días, el representante de la parte civil puso sumayor empeño en la debilidad de ese cargo.Era tal la perplejidad del juez instructorante la falta de pruebas contra Santiago Nasar, que su buena labor parece pormomentos desvirtuada por la desilusión.En el folio 416, de su puño y letra y con la tintaroja del boticario, escribió una nota marginal: Dadme un prejuicio y moveré el mundo.Debajo de esa paráfrasis de desaliento, con un trazo feliz de la misma tinta de sangre,dibujó un corazón atravesado por una flecha
[ Pobierz całość w formacie PDF ]