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Cytat
Do celu tam się wysiada. Lec Stanisław Jerzy (pierw. de Tusch-Letz, 1909-1966)
A bogowie grają w kości i nie pytają wcale czy chcesz przyłączyć się do gry (. . . ) Bogowie kpią sobie z twojego poukładanego życia (. . . ) nie przejmują się zbytnio ani naszymi planami na przyszłość ani oczekiwaniami. Gdzieś we wszechświecie rzucają kości i przypadkiem wypada twoja kolej. I odtąd zwyciężyć lub przegrać - to tylko kwestia szczęścia. Borys Pasternak
Idąc po kurzych jajach nie podskakuj. Przysłowie szkockie
I Herkules nie poradzi przeciwko wielu.
Dialog półinteligentów równa się monologowi ćwierćinteligenta. Stanisław Jerzy Lec (pierw. de Tusch - Letz, 1909-1966)
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.El padre Nicanor estaba postrado por una calentura hepática.Lospadres del coronel Gerineldo Márquez, que no estaba condenado a muerte, habían tratado deverlo y fueron rechazados a culatazos.Ante la imposibilidad de conseguir intermediarios,convencida de que su hijo sería fusilado al amanecer, Úrsula hizo un envoltorio con las cosas quequería llevarle y fue sola al cuartel.-Soy la madre del coronel Aureliano Buendía -se anunció.Los centinelas le cerraron el paso.«De todos modos voy a entrar -les advirtió Úrsula-.De manera que si tienen orden de disparar,empiecen de una vez.» Apartó a uno de un empellón y entró a la antigua sala de clases, donde ungrupo de soldados desnudos engrasaban sus armas, Un oficial en uniforme de campaña,sonrosado, con lentes de cristales muy gruesos y ademanes ceremoniosos, hizo a los centinelasuna señal para que se retiraran.-Soy la madre del coronel Aureliano Buendía -repitió Úrsula.-Usted querrá decir -corrigió el oficial con una sonrisa amable- que es la señora madre delseñor Aureliano Buendía.52Cien años de soledadGabriel García MárquezÚrsula reconoció en su modo de hablar rebuscado la cadencia lánguida de la gente del páramo,los cachacos.-Como usted diga, señor -admitió-, siempre que me permita verlo.Había órdenes superiores de no permitir visitas a los condenados a muerte, pero el oficialasumió la responsabilidad de concederle una entrevista de quince minutos.Úrsula le mostró loque llevaba en el envoltorio: una muda de ropa limpia los botines que se puso su hijo para laboda, y el dulce de leche que guardaba para él desde el día en que presintió su regreso.Encontróal coronel Aureliano Buendía en el cuarto del cepo, tendido en un catre y con los brazos abiertos,porque tenía las axilas empedradas de golondrinos.Le habían permitido afeitarse.El bigote densode puntas retorcidas acentuaba la angulosidad de sus pómulos.A Úrsula le pareció que estabamás pálido que cuando se fue, un poco más alto y más solitario que nunca.Estaba enterado delos pormenores de la casa: el suicidio de Pietro Crespi, las arbitrariedades y el fusilamiento deArcadio, la impavidez de José Arcadio Buendía bajo el castaño.Sabía que Amaranta habíaconsagrado su viudez de virgen a la crianza de Aureliano José, y que éste empezaba a dar mues-tras de muy buen juicio y leía y escribía al mismo tiempo que aprendía a hablar.Desde elmomento en que entró al cuarto, Úrsula se sintió cohibida por la madurez de su hijo, por su aurade dominio, por el resplandor de autoridad que irradiaba su piel.Se sorprendió que estuviera tanbien informado.«Ya sabe usted que soy adivino -bromeó él.Y agregó en serio-:Esta mañana, cuando me trajeron, tuve la impresión de que ya había pasado por todo esto.»En verdad, mientras la muchedumbre tronaba a su paso, él estaba concentrado en sus pen-samientos, asombrado de la forma en que había envejecido el pueblo en un año.Los almendrostenían las hojas rotas.Las casas pintadas de azul, pintadas luego de rojo y luego vueltas a pintarde azul, habían terminado por adquirir una coloración indefinible.-¿Qué esperabas? -suspiró Úrsula-.El tiempo pasa.-Así es -admitió Aureliano-, pero no tanto.De este modo, la visita tanto tiempo esperada, para la que ambos habían preparado laspreguntas e inclusive previsto las respuestas, fue otra vez la conversación cotidiana de siempre.Cuando el centinela anunció el término de la entrevista, Aureliano sacó de debajo de la estera delcatre un rollo de papeles sudados.Eran sus versos.Los inspirados por Remedios, que habíallevado consigo cuando se fue, y los escritos después, en las azarosas pausas de la guerra.«Prométame que no los va a leer nadie -dijo-.Esta misma noche encienda el horno con ellos.»Úrsula lo prometió y se incorporó para darle un beso de despedida.-Te traje un revólver -murmuró.El coronel Aureliano Buendia comprobó que el centinela no estaba a la vista.«No me sirve denada -replicó en voz baja-.Pero démelo, no sea que la registren a la salida.» Úrsula sacó elrevólver del corpiño y él lo puso debajo de la estera del catre.«Y ahora no se despida -concluyócon un énfasis calmado-.No suplique a nadie ni se rebaje ante nadie.Hágase el cargo que mefusilaron hace mucho tiempo.» Úrsula se mordió los labios para no llorar.-Ponte piedras calientes en los golondrinos -dijo.Dio media vuelta y salió del cuarto.El coronel Aureliano Buendía permaneció de pie, pensativo,hasta que se cerró la puerta.Entonces volvió a acostarse con los brazos abiertos.Desde elprincipio de la adolescencia, cuando empezó a ser consciente de sus presagios, pensó que lamuerte había d
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