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Cytat
Do celu tam się wysiada. Lec Stanisław Jerzy (pierw. de Tusch-Letz, 1909-1966)
A bogowie grają w kości i nie pytają wcale czy chcesz przyłączyć się do gry (. . . ) Bogowie kpią sobie z twojego poukładanego życia (. . . ) nie przejmują się zbytnio ani naszymi planami na przyszłość ani oczekiwaniami. Gdzieś we wszechświecie rzucają kości i przypadkiem wypada twoja kolej. I odtąd zwyciężyć lub przegrać - to tylko kwestia szczęścia. Borys Pasternak
Idąc po kurzych jajach nie podskakuj. Przysłowie szkockie
I Herkules nie poradzi przeciwko wielu.
Dialog półinteligentów równa się monologowi ćwierćinteligenta. Stanisław Jerzy Lec (pierw. de Tusch - Letz, 1909-1966)
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. ¡Ahí vienen otra vez!Diríase que el diablo vomitaba herejes, pues era la tercera que nos daban carga.Sus lanzas se acercaban denuevo, brillando entre la densa humareda.Nuestros oficiales estaban roncos de dar voces; y al capitánBragado, que había perdido el sombrero en la refriega y tenía la cara tiznada de pólvora, la sangre holandesano llegaba a cuajársele en la hoja de la espada. ¡Calad picas!En la parte frontera del escuadrón, a menos de un pie uno del otro y bien guarnecidos con sus petos ymorriones de cobre y acero, los coseletes arrimaron las largas picas al pecho, y tras hacerlas bascular sobre lamano zurda pusiéronlas horizontales con la derecha, prestos a cruzarlas con las del enemigo.Mientras,nuestros arcabuceros de los lados ofendían muy seriamente a los contrarios.Yo me hallaba entre ellos, bienarrimado a la escuadra de mi amo, procurando no estorbar a los hombres que cargaban y disparaban: a pulsolos arcabuces, apoyados con la horquilla en tierra los más pesados mosquetes.Iba y venía socorriendo a éstecon provisión de pólvora, al otro de balas, o alcanzándole a aquél la frasca de agua que llevaba yo atada conuna cuerda en bandolera.La escopetada levantaba un humo que ofendía vista y olfato, y me hacía llorar; ylas más veces debía guiarme casi a ciegas entre los que me reclamaban.VOL.III: EL SOL DE BREDA183LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN ALATRISTEAcababa de entregarle al capitán Alatriste un puñado de balas, que ya le escaseaban, y vi cómo ponía variasen la bolsa que llevaba colgada sobre el muslo derecho, se metía dos en la boca y echaba otra al caño delarcabuz, la atacaba bien, y luego echaba polvorín al bacinete, soplaba la mecha enrollada en la manoizquierda, la calaba y se subía el arma a la cara para tomarle el punto al holandés más próximo.Hizo talesmovimientos de modo mecánico, sin dejar de buscar al otro con la vista, y cuando salió el tiro vi que alhereje, un piquero con un morrión enorme, se le abría un boquete en el peto de hierro y caía atrás, ocultoentre sus camaradas.Ya se trababan picas con picas a nuestra derecha, y una buena hilada de coseletes herejes se desviabatambién arremetiendo contra nosotros.Diego Alatriste acercó la boca al caño caliente del arcabuz, escupiódentro una bala, repitió con mucha flema los movimientos anteriores y disparó de nuevo.El rastro quemadode su propia pólvora le cubría de gris cara y mostacho, encaneciéndoselo.Sus ojos, rodeados ahora del tizneque acentuaba las arrugas, rojizos los lagrimales irritados por el humo, seguían con obstinada concentraciónel avance de las filas holandesas, y cuando fijaba un nuevo enemigo al que apuntar, lo miraba todo el tiempocual si temiera perderlo; como si matarlo a él y no a otro fuese una cuestión personal.Tuve la impresión deque elegía con cuidado a sus presas. ¡Ahí están!. voceó el capitán Bragado.¡Tened duro!.¡Tened duro!Para eso, para tener duro, le habían dado Dios y el Rey a Bragado dos manos, una espada y un centenar deespañoles.Y era tiempo de emplearlos a fondo, porque las picas holandesas se nos venían con muchadecisión encima.En el fragor de la escopetada oí jurar a Mendieta, con ese fervor que sólo somos capaces deemplear en nuestras blasfemias los vascongados, porque se le había partido la llave del arcabuz.Después ungorrión de plomo pasó a una pulgada de mi cara, zaaas, chac, y justo detrás de mí se vino abajo un soldado.A nuestra diestra el paisaje era un bosque de picas españolas y holandesas trabadas unas con otras; y comouna ondulación erizada de acero, aquella línea se disponía también a golpearnos a nosotros con su extremo.Vi a Mendieta voltear el arcabuz y agarrarlo por el caño, para usarlo como maza.Todos descargabanapresurados los últimos escopetazos. ¡España!.¡Santiago!.¡España!Tremolaban a nuestra espalda, detrás de las picas, las cruces de San Andrés acribilladas de balas
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