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Cytat
Do celu tam się wysiada. Lec Stanisław Jerzy (pierw. de Tusch-Letz, 1909-1966)
A bogowie grają w kości i nie pytają wcale czy chcesz przyłączyć się do gry (. . . ) Bogowie kpią sobie z twojego poukładanego życia (. . . ) nie przejmują się zbytnio ani naszymi planami na przyszłość ani oczekiwaniami. Gdzieś we wszechświecie rzucają kości i przypadkiem wypada twoja kolej. I odtąd zwyciężyć lub przegrać - to tylko kwestia szczęścia. Borys Pasternak
Idąc po kurzych jajach nie podskakuj. Przysłowie szkockie
I Herkules nie poradzi przeciwko wielu.
Dialog półinteligentów równa się monologowi ćwierćinteligenta. Stanisław Jerzy Lec (pierw. de Tusch - Letz, 1909-1966)
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.» Lo dio por hecho.Hizo lavar los pisos de lacasa y cambiar la posición de los muebles.Una semana después, un rumor sin origen que nosería respaldado por el bando, confirmó dramáticamente el presagio.El coronel Aureliano Buendíahabía sido condenado a muerte, y la sentencia sería ejecutada en Macondo, para escarmiento dela población.Un lunes, a las diez y veinte de la mañana, Amaranta estaba vistiendo a AurelianoJosé, cuando percibió un tropel remoto y un toque de corneta, un segundo antes de que Úrsulairrumpiera en el cuarto con un grito: «Ya lo traen.» La tropa pugnaba por someter a culatazos ala muchedumbre desbordada.Úrsula y Amaranta corrieron hasta la esquina, abriéndose paso aempellones, y entonces lo vieron.Parecía un pordiosero.Tenía la ropa desgarrada, el cabello y labarba enmarañados, y estaba descalzo.Caminaba sin sentir el polvo abrasante, con las manosamarradas a la espalda con una soga que sostenía en la cabeza de su montura un oficial de acaballo.Junto a él, también astroso y derrotado, llevaban al coronel Gerineldo Márquez.Noestaban tristes.Parecían más bien turbados por la muchedumbre que gritaba a la tropa todaclase de improperios.-¡Hijo mío! -gritó Úrsula en medio de la algazara, y le dio un manotazo al soldado que trató dedetenerla.El caballo del oficial se encabritó.Entonces el coronel Aureliano Buendía se detuvo,trémulo, esquivó los brazos de su madre y fijó en sus ojos una mirada dura.-Váyase a casa, mamá -dijo-.Pida permiso a las autoridades y venga a verme a la cárcel.Miró a Amaranta, que permanecía indecisa a dos pasos detrás de Úrsula, y le sonrió alpreguntarle: «¿Qué te pasó en la mano?» Amaranta levantó la mano con la venda negra.«Unaquemadura», dijo, y apartó a Úrsula para que no la atropellaran los caballos.La tropa disparó.Una guardia especial rodeó a los prisioneros y los llevó al trote al cuartel.Al atardecer, Úrsula visitó en la cárcel al coronel Aureliano Buendía.Había tratado de conseguirel permiso a través de don Apolinar Moscote, pero éste había perdido toda autoridad frente a laomnipotencia de los militares.El padre Nicanor estaba postrado por una calentura hepática.Lospadres del coronel Gerineldo Márquez, que no estaba condenado a muerte, habían tratado deverlo y fueron rechazados a culatazos.Ante la imposibilidad de conseguir intermediarios,convencida de que su hijo sería fusilado al amanecer, Úrsula hizo un envoltorio con las cosas quequería llevarle y fue sola al cuartel.-Soy la madre del coronel Aureliano Buendía -se anunció.Los centinelas le cerraron el paso.«De todos modos voy a entrar -les advirtió Úrsula-.De manera que si tienen orden de disparar,empiecen de una vez.» Apartó a uno de un empellón y entró a la antigua sala de clases, donde ungrupo de soldados desnudos engrasaban sus armas, Un oficial en uniforme de campaña,sonrosado, con lentes de cristales muy gruesos y ademanes ceremoniosos, hizo a los centinelasuna señal para que se retiraran.-Soy la madre del coronel Aureliano Buendía -repitió Úrsula.-Usted querrá decir -corrigió el oficial con una sonrisa amable- que es la señora madre delseñor Aureliano Buendía.52Cien años de soledadGabriel García MárquezÚrsula reconoció en su modo de hablar rebuscado la cadencia lánguida de la gente del páramo,los cachacos.-Como usted diga, señor -admitió-, siempre que me permita verlo.Había órdenes superiores de no permitir visitas a los condenados a muerte, pero el oficialasumió la responsabilidad de concederle una entrevista de quince minutos.Úrsula le mostró loque llevaba en el envoltorio: una muda de ropa limpia los botines que se puso su hijo para laboda, y el dulce de leche que guardaba para él desde el día en que presintió su regreso.Encontróal coronel Aureliano Buendía en el cuarto del cepo, tendido en un catre y con los brazos abiertos,porque tenía las axilas empedradas de golondrinos.Le habían permitido afeitarse.El bigote densode puntas retorcidas acentuaba la angulosidad de sus pómulos.A Úrsula le pareció que estabamás pálido que cuando se fue, un poco más alto y más solitario que nunca.Estaba enterado delos pormenores de la casa: el suicidio de Pietro Crespi, las arbitrariedades y el fusilamiento deArcadio, la impavidez de José Arcadio Buendía bajo el castaño.Sabía que Amaranta habíaconsagrado su viudez de virgen a la crianza de Aureliano José, y que éste empezaba a dar mues-tras de muy buen juicio y leía y escribía al mismo tiempo que aprendía a hablar
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